martes, 3 de mayo de 2011

La divina providencia

Se cuenta que un hombre, reducido a la mendicidad, abandonó su gente y se fue a la aventura.

Extenuado por el hambre y el cansancio, llegó a una ciudad de grandiosos palacios, y se encontró siguiendo a un grupo de altos personajes, todos encaminados en la misma dirección.

La comitiva entró en una especie de palacio real, donde un anfitrión de aspecto imponente recibía a los visitantes rodeado de pajes. Se les ofreció un suntuoso banquete; pero nuestro hombre se mantuvo apartado, escondido y todo confundido, con la esperanza de que nadie lo descubriera.

Mientras el mendigo permanecía escondido y todos comían, he aquí que llega un paje con cuatro perros de caza, vestidos con una gualdrapa de brocados, collares de oro y frenos de plata. El lacayo amarró cada perro al puesto que le estaba reservado, y puso delante de cada uno de ellos un plato de oro colmado de exquisitos manjares.

Afligido por el hambre, el hombre contemplaba aquella comida, y hubiera deseado acercarse a uno de aquellos perros para comer con él, pero el miedo se lo impedía. Cuando he aquí que uno de los perros levantó los ojos del plato y lo miró: El Altísimo le inspiraba el conocimiento de las condiciones de aquel desgraciado. El perro se apartó del plato, haciendo una señal al hombre para que se acercara.

El mendigo se acercó y comió; después hizo ademán de irse, pero el perro le hizo una señal que se llevara también el plato, con la comida que había quedado; y con la pata lo empujaba hacia él. Entonces el hombre recogió el plato que era de oro macizo, y huyó del palacio sin que nadie lo advirtiese.

Atontado por lo sucedido, estaba pensando entre sí; "¿Pero cómo es posible que un perro -criatura inferior y privado de inteligencia- se haya dado cuenta de un hecho que escapaba a la mirada del hombre, y haya sido capaz de cumplir con una acción tan noble?".

Entonces le respondió el Espíritu de Dios que habla al corazón: "Yo me sirvo de cualquier criatura mía para mis fines de misericordia. Estaba hablando a cada uno de aquellos comensales, pero ninguno prestaba atención a mis palabras. Todos estaban muy ocupados en sus asuntos. Solamente aquel perro la oyó, y haciéndome caso, ha llegando a ser así el vehículo de mi providencia para ayudarte".