Os voy a contar una historia antigua: habla de un juglar,
una persona que trabajaba haciendo piruetas y equilibrismos, que cantaba y
hacía chistes. Iba de feria en feria, de pueblo en pueblo y así se ganaba la
vida, con las pocas monedas que le daba la gente agradecida por entretenerlos. Cuentan
que cansado de este trabajo, entró en un monasterio para hacerse monje, se
sentía llamado por Dios. Comenzó su vida monástica de trabajo, madrugones y
oración. No tenía costumbre de hacer lo que hacían los demás monjes. No
entendía latín. ¿Qué podía hacer él que no sabía leer y no sabía latín?
Confuso y avergonzado dejó de ir al coro. Los monjes
sospecharon de él y uno de ellos le siguió para ver que hacía. La sorpresa fue
mayúscula. Entraba en la capilla de la Virgen , se quitaba los hábitos y, vestido de
artista, hacía piruetas delante de la estatua de María.
Llamado por el monje que le seguía, llegó el prior del
monasterio. Y encontró al viejo artista tendido en el suelo cansado y sudoroso
y a su lado la Virgen
que había bajado de la estatua secándole el sudor. Cuando terminó todo, el
prior le preguntó:
- Hermano, ¿qué hace aquí usted con este traje?
- Perdón, padre, hacía acrobacias. Yo no entiendo esas
cosas tan bonitas que ustedes cantan y he pensado que también agradaría a la Virgen lo que yo sé hacer.
¿Cree que le la Virgen
estará contenta?
- Sigue haciéndolo, hijo, María está contenta porque tú
has sabido darle lo que sabías con todo tu amor.
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