Escucha esta leyenda
rusa de Demetrio:
“Tuvo
Demetrio que salir, por orden del Señor, hacia un lugar de la estepa para allí
celebrar con Él, a una hora determinada, una importante conversación. En el camino
tropezó con un viajero cuyo carruaje se había atascado. Se detuvo a ayudarle.
La operación fue muy laboriosa, duró largo rato. Al final, Demetrio, consultó
la hora, vio que se había hecho muy tarde y reemprendió su marcha a toda prisa.
Voló más que corrió y llegó jadeante al lugar de la cita. ¡Inútil! Dios no
había esperado, se había ido ya”.
Hasta aquí la vieja
leyenda. Leída desde nuestra fe afirmamos que Dios no hace eso. Dios espera el
tiempo que haga falta para acoger con los brazos abiertos a quien se haya
detenido a empujar carros ajenos.
Más aún,
espera a quien haya aminorado su marcha para acompasar los pasos a los de
cualquier caminante. Pero la verdad es que Dios no tiene necesidad de esperar.
Él no cita a sus hijos en lejanos lugares, sino que sale a nuestro encuentro.
Es más, Él es la persona a quien se le ha atascado el carro.
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