martes, 26 de febrero de 2013

El recibo del teléfono


¿Somos personas en comunicación con nosotros mismos? ¿Con los demás? ¿Con Dios?

Vivimos en un  mundo muy ruidoso por fuera y con muchas prisas por dentro, que hace realmente muy difícil que nos prestemos atención a nosotros mismos, a los demás y por supuesto a Dios. Hablamos con voz fuerte, nos movemos muy rápidamente, decimos unos a los otros qué tienen que hacer, pero, a menudo, somos incapaces de escucharnos y por lo tanto de comunicarnos y menos, de comprendernos. Es preciso, pues, escuchar para que haya comunicación.

La actitud de escuchar comienza en el ámbito personal. Es preciso hacer un momento de silencio para lograr la comunicación intrapersonal( con nosotros mismos).

La comunicación intrapersonal es el diálogo que mantenemos con nosotros mismos; a través de ella aprendemos a conocernos, a valorarnos, a evaluarnos y a estimarnos. Por aquí tenemos que empezar.

Pero los seres humanos necesitamos además hacer partícipes a los demás de nuestras emociones y sentimientos y participar de los ajenos; y aquí vuelve a aparecer la necesidad de escuchar.

La comunicación entre dos personas puede ser artificial, defensiva, mecánica como quien habla con una máquina, o por el contrario puede ser fluida, abierta, espontánea, confiada y cordial; en la primera el individuo comunica cosas, en la segunda se comunica, comparte, participa, se involucra y se da.

La comunicación interpersonal es “hablar con”, no “hablar de”, o “hablar sobre”; implica  escuchar y aceptar al otro y a la vez permanecer uno mismo sin diluirse.

Y si para comunicarnos con nosotros y con los demás es preciso escuchar sin mirar el reloj, no tener prisa por dentro, mucho más preciso es para comunicarnos con Dios. El silencio, el recogimiento y la disposición de escuchar  son las premisas indispensables para iniciar la comunicación con Dios. Y el principal medio de comunicación con Dios es la oración; pero ¡ojo!, orar no es recitar innumerables letanías y oraciones aprendidas de memoria a una velocidad de vértigo. La oración implica diálogo, exponer nuestras necesidades y preocupaciones y a la vez escuchar a Dios, adaptando nuestra vida a sus enseñanzas.

Concluyendo, en la base de toda comunicación, sea con nosotros, con los otros o con Dios, está el saber escuchar. Dice el proverbio que “Dios nos dio dos orejas y una sola lengua para escuchar mucho más que hablar”. Si sabemos escucharnos y escuchar estamos en el buen camino para comunicarnos.

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