¿Somos personas en comunicación con
nosotros mismos? ¿Con los demás? ¿Con Dios?
Vivimos
en un mundo muy ruidoso por fuera y con
muchas prisas por dentro, que hace realmente muy difícil que nos prestemos
atención a nosotros mismos, a los demás y por supuesto a Dios. Hablamos con voz
fuerte, nos movemos muy rápidamente, decimos unos a los otros qué tienen que
hacer, pero, a menudo, somos incapaces de escucharnos y por lo tanto de
comunicarnos y menos, de comprendernos. Es preciso, pues, escuchar para que
haya comunicación.
La
actitud de escuchar comienza en el ámbito personal. Es preciso hacer un momento
de silencio para lograr la comunicación intrapersonal( con nosotros mismos).
La
comunicación intrapersonal es el diálogo que mantenemos con nosotros mismos; a
través de ella aprendemos a conocernos, a valorarnos, a evaluarnos y a
estimarnos. Por aquí tenemos que empezar.
Pero
los seres humanos necesitamos además hacer partícipes a los demás de nuestras
emociones y sentimientos y participar de los ajenos; y aquí vuelve a aparecer
la necesidad de escuchar.
La
comunicación entre dos personas puede ser artificial, defensiva, mecánica como
quien habla con una máquina, o por el contrario puede ser fluida, abierta,
espontánea, confiada y cordial; en la primera el individuo comunica cosas, en
la segunda se comunica, comparte, participa, se involucra y se da.
La
comunicación interpersonal es “hablar con”, no “hablar de”, o “hablar sobre”;
implica escuchar y aceptar al otro y a
la vez permanecer uno mismo sin diluirse.
Y si
para comunicarnos con nosotros y con los demás es preciso escuchar sin mirar el
reloj, no tener prisa por dentro, mucho más preciso es para comunicarnos con
Dios. El silencio, el recogimiento y la disposición de escuchar son las premisas indispensables para iniciar
la comunicación con Dios. Y el principal medio de comunicación con Dios es la
oración; pero ¡ojo!, orar no es recitar innumerables letanías y oraciones aprendidas
de memoria a una velocidad de vértigo. La oración implica diálogo, exponer
nuestras necesidades y preocupaciones y a la vez escuchar a Dios, adaptando
nuestra vida a sus enseñanzas.
Concluyendo,
en la base de toda comunicación, sea con nosotros, con los otros o con Dios,
está el saber escuchar. Dice el proverbio que “Dios nos dio dos orejas y una
sola lengua para escuchar mucho más que hablar”. Si sabemos escucharnos y
escuchar estamos en el buen camino para comunicarnos.
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